JESUS FRENTE A LA MUERTE

1.     JESUS FRENTE A LA MUERTE (MES DE NOVIEMBRE)

 

LEMA: “Si la paz queremos conseguir,  con Jesús liberador la vamos a construir. 

ORACIÓN:

Dios Padre Bondadoso, que por el bautismo nos has configurado con la  muerte y resurrección de tu Hijo, concédenos que, libres de los lazos de la muerte, gocemos un día de la compañía de quienes han partido hacia tu reino. 

HECHO DE VIDA:

Verónica era una señora rica, con un alto nivel de vida poco solidaria y justa. Cuando murió fue al cielo y fue atendida por San Pedro. Ella le dijo: “vengo a buscar mi lugar”. San Pedro la acompaño por los pasillos del cielo. Cuando vieron una mansión de oro, ella fue a entrar pero Pedro le cerró la puerta, diciéndole que no podía entrar. Lo mismo pasó con una mansión de mármol, con otra de cristal y con una de marfil. De repente empezaron a sentir un olor nauseabundo y a entrar a una lugar de desechos y aguas negras, la señora quiso devolverse pero San Pedro se lo impidió y la empujó hasta un rancho de latas viejas y le dijo ésta es su casa. Ella protestó pero él le dijo: las mansiones en el cielo se construyen con las cuotas que mandan de la tierra. Las mejores casas son para quienes entregaron la vida por la justicia, las otras para quienes trabajaron por la igualdad entre los hombres, por los derechos humanos, por la defensa de la vida y del medio ambiente. Con las cuotas de injusticia, de corrupción, de mentira, de engaño... que usted envió, esto fue lo que pudimos construir.

DIÁLOGO COMUNITARIO

 

  1. ¿Está de acuerdo con la frase: sufra en esta vida para que goce en la vida eterna?
  2. ¿Qué clase de mansión en el cielo estamos construyendo con nuestras actitudes aquí en la tierra?
  3. Vale la pena trabajar por los derechos humanos, la defensa de la vida, la justicia  y la igualdad? ¿Por qué?

ILUMINACIÓN BÍBLICA: Jn. 11, 21 - 57

 

 Marta dijo a Jesús: «Si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero aun así, yo sé que puedes pedir a Dios cualquier cosa, y Dios te lo concederá.» Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará.» Marta respondió: «Ya sé que será resucitado en la resurrección de los muertos, en el último día.» Le dijo Jesús: «Yo soy la resurrección (y la vida). El que cree en mí, aunque muera, vivirá. El que vive, el que cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?» Ella contestó: «Sí, Señor; yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.» Después Marta fue a llamar a su hermana María y le dijo al oído: «El Maestro está aquí y te llama.» Apenas lo oyó, María se levantó rápidamente y fue a donde él. Jesús no había entrado aún en el pueblo, sino que seguía en el mismo lugar donde Marta lo había encontrado. Los judíos que estaban con María en la casa consolándola, al ver que se levantaba a prisa y salía, pensaron que iba a llorar al sepulcro y la siguieron. Al llegar María a donde estaba Jesús, en cuanto lo vio, cayó a sus pies y le dijo: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto.» Al ver Jesús el llanto de María y de todos los judíos que estaban con ella, su espíritu se conmovió profundamente y se turbó. Y preguntó: « ¿Dónde lo han puesto?» Le contestaron: «Señor, ven a ver.» Y Jesús lloró. Los judíos decían: « ¡Miren cómo lo amaba!» Pero algunos dijeron: «Si pudo abrir los ojos al ciego, ¿no podía haber hecho algo para que éste no muriera?» Jesús, conmovido de nuevo en su interior, se acercó al sepulcro. Era una cueva cerrada con una piedra.  Jesús ordenó: «Quiten la piedra.» Marta, hermana del muerto, le dijo: «Señor, ya tiene mal olor, pues lleva cuatro días.» Jesús le respondió: «¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?»  Y quitaron la piedra. Jesús levantó los ojos al cielo y exclamó: «Te doy gracias, Padre, porque me has escuchado.  Yo sabía que siempre me escuchas; pero lo he dicho por esta gente, para que crean que tú me has enviado.»  Al decir esto, gritó con fuerte voz: «¡Lázaro, sal fuera!»  Y salió el muerto. Tenía las manos y los pies atados con vendas y la cabeza cubierta con un velo. Jesús les dijo: «Desátenlo y déjenlo caminar.» 

Palabra del Señor, Gloria a ti Señor Jesús

REFLEXIÓN

La muerte es una realidad propia del ser humano, una cita ineludible que trae angustia ante su proximidad. Al comprender que la vida es pasajera el hombre se pregunta ¿Qué hay después de la muerte?

Algunos llegan a afirman que “la muerte es  el final y que al hablar de una vida más allá de la muerte es solo la evasión de las responsabilidades del presente”.

Pero ante esta realidad a la luz del seguimiento, discipulado y misión en  Cristo, esta situación se debe mirar con esperanza, alegre de aquello que espera  más allá de la muerte.

No se ha de olvidar que, Jesús ha visto venir su muerte y la ha afrontado con lucidez. No la ha eludido. No ha emprendido la huida. No se ha defendido. No ha organizado una resistencia. No ha modificado su mensaje. No ha querido deshacer los posibles malentendidos. Jesús ha temblado ante su ejecución, pero se ha mantenido hasta el final fiel al Padre, fiel a sí mismo y fiel a su misión.

Por eso en la cruz podemos descubrir con más hondura algunos rasgos fundamentales de Jesús.

Ahora podemos conocer mejor la profundidad de la confianza de Jesús en el Padre. Cuando todo fracasa y hasta Dios parece abandonarlo como un falso profeta equivocado lamentablemente y condenado justamente en nombre de la Ley, Jesús grita con fe: “Padre, en tus manos pongo mi vida” (Lc 22, 46).

Ahora podemos descubrir mejor la radicalidad de Jesús y su libertad total para entregarse al servicio del Reino de Dios, Jesús es libre no solo para enfrentarse a los que se oponen a su misión, sino incluso, para entregar generosamente lo que más quiere todo hombre: su propia vida.

Ahora podemos comprender mejor la solidaridad de Jesús con los hombres y su actitud de servicio. Jesús ha entendido su muerte como el servicio último y supremo que él podía hacer a la causa de Dios y a la salvación de los hombres.

Ahora podemos entender mejor la fuerza con que Jesús denunciaba el odio, el egoísmo, la injusticia, la mentira humana y su fe total en que solo el amor puede conducir a los hombres a su liberación definitiva. Abandonado por todos, Jesús muere creyendo hasta el final en el amor del Padre y en el perdón para los hombres: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34).

Jesús ha vivido su muerte en una actitud de obediencia y fidelidad total al Padre y, al mismo tiempo, en una actitud de amor y perdón a los hombres.

Por eso, su muerte no ha sido una muerte de destrucción y de perdición, una “muerte-ruptura”. La muerte de Jesús ha sido una muerte de reconciliación y de amor. Una muerte que conduce a la resurrección y la vida.

La muerte, que era la manifestación suprema del pecado y la ruptura entre Dios y el hombre pecador, se ha convertido ahora en la manifestación suprema del amor y la reconciliación entre Dios y los hombres. Vivida por el Hijo de Dios en obediencia total al Padre y en comunión total con los hombres, se ha convertido en fuente de vida para todos nosotros. “Nuestro Salvador Cristo Jesús ha destruido la muerte y ha hecho irradiar luz de vida e inmortalidad” (2 Tm 1, 10).

La muerte, sin perder su carácter trágico, ha cambiado de signo para el creyente. La muerte ya no es el final de todo. El cristiano no muere para quedar muerto sino para resucitar. La muerte ya no tiene la última palabra.

El cristiano afronta la muerte y la asume libremente como un acontecimiento que puede ser vivido en comunión con Cristo muerto y resucitado y en la misma actitud que El adoptó.

El cristiano, más que prepararse para una buena muerte, debe aprender a “morir bien” en cada momento. Es decir, viviendo la vida diaria como Jesús, “desviviéndose” por la construcción del Reino de Dios y su justicia. Desde aquí el Bautismo cobra un sentido nuevo como el gesto sacramental en el que nos comprometemos a vivir la vida “muriendo en Cristo”, y la Eucaristía nos va ayudando a asimilar el morir de Jesús para participar también un día de su resurrección.

Los cristianos vemos desde Cristo con una esperanza nueva no solo nuestra muerte sino también la muerte de los demás, las muertes grandes y las pequeñas, las muertes valientes y las cobardes, las muertes significativas y las ridículas. Desde esta misma esperanza aprendemos a afrontar con otro sentido el envejecimiento y la muerte de las culturas, de las ideas, de la creación entera. Todo lo que vive, camina de alguna manera hacia la muerte. Pero Cristo ha vencido a la muerte.

COMPROMISO:

En los momentos de oración en el grupo de familia encomendar y acompañar a los familiares difuntos como una forma de estar en comunión con la iglesia triunfante, recordando  que somos peregrinos.

DIOCESIS DE IPIALES
 
VIVAMOS ESTE GRAN
ACONTESIMIENTO
www.facebook.com/puenesetereo.enlinea
 
Credo Nicenoconstantinopolitano
 
Creo en un solo DIOS, PADRE
todopoderoso,
Creador del cielo y de la tierra,
de todo lo visible y lo invisible.

Creo en un solo Señor,
JESUCRISTO,
Hijo único de Dios,
nacido del Padre antes de todos
los siglos:
Dios de Dios, Luz de Luz.
Dios verdadero de Dios verdadero,
engendrado, no creado,
de la misma naturaleza del Padre,
por quien todo fue hecho;
que por nosotros los hombres
y por nuestra salvación, bajó del cielo;
y por obra del Espíritu Santo
se encarnó de María, la Virgen,
y se hizo hombre.
Y por nuestra causa fue crucificado
en tiempos de Poncio Pilato;
padeció y fue sepultado,
y resucitó al tercer día,
según las Escrituras,
y subió al cielo,
y está sentado a la derecha del Padre;
y de nuevo vendrá con gloria para juzgar
a vivos y muertos,
y su reino no tendrá fin.

Creo en el ESPÍRITU SANTO,
Señor y dador de vida,
que procede del Padre y del Hijo,
que con el Padre y el Hijo,
recibe una misma adoración y
gloria,
y que habló por los profetas.

Creo la iglesia,
que es una, santa, católica y apostólica.
Confieso que hay un solo bautismo
para el perdón de los pecados.

Espero la resurrección de los muertos
y la vida del mundo futuro. Amén.
 
 
 
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