LAS BIENAVENTURANZAS

PRELIMINARES:
¿Qué es la «bienaventuranza»? = «macarismos»
Difícil es la respuesta para tan importante, y a la vez tan elemental pregunta. Ante todo, la bienaventuranza evangélica es una «Be-rakáh» (en hebreo del verbo barak = bendecir), una «bendición». Pero entendida en la línea de la mejor tradición bíblica. Una Bendición de Dios al hombre que conlleva, por su misma naturaleza, la eficacia y la operatividad de lo que proclama por parte de Dios.
«Bienaventuranzas» («makarismos» = makarismo) es un género literario bíblico: se declara «dichoso» («makarios») a aquel que recibe un don de Dios (Is 30, 18; 32, 20; Sal 1; 32, 1-2; 33, 12; 84, 5.6.13; Mt 11, 6; 13, 16; 16, 17; Lc 1, 45;11, 28; 12, 37. 38. 43; Jn 13, 17; 20, 29, etc.). Una «bendición» es lo mejor que puede ofrecer Dios al ser humano. Es la quintae sencia de su cercanía salvadora, de su proyecto salvador.
De ahí que, en rigor, la bienaventuranza es la posesión definitiva de la salvación ofrecida por Dios. Y como se trata de la bienaventuranza evangélica, de la posesión de la salvación ofrecida por Dios en su Hijo para toda la humanidad. Una posesión definitiva. A esta posesión podríamos llamarla «bienaventuranza» objetiva. Se entiende en su estadio final, algo definitivo.
Sin menoscabo de estas afirmaciones, y volviendo al primer pensamiento, podríamos entender la bienaventuranza evangélica en un sentido dinámico. Es decir, más desde la operatividad actual de la Buena Noticia. Hemos compartido con frecuencia la impresión de que el Evangelio, o mejor Jesús en su Evangelio, nos ha prometido algo para más allá de nuestra muerte biológica. Lo que sí es cierto es que nos ha prometido con firmeza que podemos ser felices a partir de nuestra muerte. Pero, añadió que esa muerte la compartimos ya desde el Bautismo, por tanto en coherente deducción podemos decir que ya aquí y ahora podemos «ya» ser felices evangélicamente, aunque «todavía no» de una manera plena e indefectible. Una lectura atenta, pues, del Evangelio nos cerciora de que éste es para vivirlo en la etapa del camino.
Lo había dicho Jesús de una forma lapidaria, que recoge sobriamente la versión de Marcos, que luego es seguida por los otros dos evangelistas: «Pedro entonces comenzó a decirle: ”pues, nosotros hemos dejado todas las cosas y te hemos seguido”. Respondió Jesús: “En verdad les digo que nadie que, habiendo dejado casa, o hermanos, o hermanas, o madre, o padre, o hijos, o campos, por amor de mi y del Evangelio, no reciba el céntuplo ahora en este tiempo en casa, hermanos, hermanas, madre e hijos o campos, con persecuciones, y la vida eterna en el siglo venidero”» (Mc 10,28-31; Mt 19,28-30; Lc 18,28-30).
Siguiendo la línea hasta ahora marcada por el Kerigma y, en un intento de llegar a las últimas consecuencias, podemos decir que la felicidad evangélica, la «bendición» de Jesús, puede y debe ser una actitud permanente de la persona evangélica. ¿Por qué? Porque la felicidad evangélica es una consecuencia, un fruto, de la proclamación y aceptación del Kerigma en nuestra vida; ahora bien, sabemos ya que por la Resurrección-Exaltación, Cristo y todo cuanto hizo y enseñó sigue permanentemente presente entre nosotros, interpretando pro-fundamente nuestra cruz desde su Cruz y dando sentido a nuestra esperanza desde su Resurrección.
Sabemos también que la esperanza crea el gozo (Rm 12, 12) y que un fruto especial del Espíritu es el gozo escatológico. Y sabemos también que la donación total del Espíritu es parte integrante del Kerigma. El conjunto se hace realidad para nosotros por la actitud también permanente de «metanoia». Por eso afirmamos, convencidos de estar en lo cierto, que es posible ya desde ahora una actitud de felicidad evangélica permanente.
En consecuencia debemos decir que la felicidad evangélica se fundamenta en la Palabra de Alguien a quien he aceptado plenamente; que ha compartido mi propia situación en todo menos en el pecado (Hb 4,15): «No es nuestro Pontífice tal que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, antes fue tentado continuamente en todo a semejanza nuestra, menos en el pecado»); compartió incluso la muerte. Pero ha resucitado, ya no muere más. El Espíritu enviado por Él de junto al Padre es quien recibe la tarea de garantizar la perennidad, la objetividad y la actualización de estos Acontecimientos de la vida de Jesús. Más todavía: recibe la misión de “interpretarnos” el sentido último de los mismos para toda la historia de la Iglesia.
Comisión Formación de Agentes de Pastoral
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