P. Paulo M. Verdugo

LEMA: “Discípulos y misioneros de Jesucristo para que nuestro pueblo en ÉL tenga vida.”
ORACIÓN
SEÑOR, Bienaventurados son aquellos que se levantan contentos cada mañana, agradecidos simplemente por vivir un nuevo día, nuestro camino hacia Ti, oh Dios.
SEÑOR, Bienaventurados son aquellos que se perdonan a sí mismos sus faltas de atención, sus errores y caídas, abriéndose a tu divino perdón.
SEÑOR, Bienaventurados son aquellos que tienen ojos para ver la simple belleza de una margarita, el esplendor de una puesta de sol, la majestad de una montaña y te alaban en esas maravillosas manifestaciones.
SEÑOR, Bienaventurados son aquellos que poseen oídos para escuchar el sonido de la lluvia cayendo, los momentos íntimos de sus propios corazones, las risas de los niños al jugar, tu voz dentro de todas las voces.
SEÑOR, Bienaventurados son aquellos cuyos corazones acogen el amor y el cariño de otros, sin sentir la necesidad de ganárselos, recordando que en el amor de los demás conocemos el poder de Tu amor por nosotros.
SEÑOR, Bienaventurados son aquellos que confían y creen que este viaje humano es un viaje sagrado, y que Tú, oh Dios, estás encontrándonos una y otra vez en nuestro caminar. Amén.
CANTO: Con vosotros está
HECHO DE VIDA:
Caminaba un filósofo griego pensando en sus cosas, cuando vio a lo lejos dos mujeres altísimas, del tamaño de varios hombres puestos uno encima del otro.
El filósofo, tan sabio como miedoso, corrió a esconderse tras unos matorrales, con la intención de escuchar su conversación. Las enormes mujeres se sentaron allí cerca, pero antes de que empezaran a hablar, apareció el más joven de los hijos del rey. Sangraba por una oreja y gritaba suplicante hacia las mujeres:
- ¡Justicia! ¡Quiero justicia! ¡Ese villano me ha cortado la oreja!
Y señaló a otro joven, su hermano menor, que llegó empuñando una espada ensangrentada.
- Estaremos encantadas de proporcionarte justicia, joven príncipe- respondieron las dos mujeres- Para eso somos las diosas de la justicia. Sólo tienes que elegir quién de nosotras dos prefieres que te ayude.
- ¿Y qué diferencia hay? -preguntó el ofendido- ¿Qué haríais cada una?
- Yo, -dijo una de las diosas, la que tenía un aspecto más débil y delicado- preguntaré a tu hermano cuál fue la causa de su acción, y escucharé sus explicaciones.
Luego le obligaré a guardar con su vida tu otra oreja, a fabricarte el más bello de los cascos para cubrir tu cicatriz y a ser tus oídos cuando los necesites.
- Yo, por mi parte- dijo la otra diosa- no dejaré que salga indemne de su acción. Lo castigaré con cien latigazos y un año de encierro, y deberá compensar tu dolor con mil monedas de oro. Y a ti te daré la espada para que elijas si puede conservar la oreja, o si por el contrario deseas que ambas orejas se unan en el suelo. Y bien, ¿Cuál es tu decisión? ¿Quién quieres que aplique justicia por tu ofensa?
El príncipe miró a ambas diosas. Luego se llevó la mano a la herida, y al tocarse apareció en su cara un gesto de indudable dolor, que terminó con una mirada de rabia y cariño hacia su hermano. Y con voz firme respondió, dirigiéndose a la segunda de las diosas.
- Prefiero que seas tú quien me ayude. Lo quiero mucho, pero sería injusto que mi hermano no recibiera su castigo.
Y así, desde su escondite entre los matorrales, el filósofo pudo ver cómo el culpable cumplía toda su pena, y cómo el hermano mayor se contentaba con hacer una pequeña herida en la oreja de su hermano, sin llegar a dañarla seriamente.
Hacía un rato que los príncipes se habían marchado, uno sin oreja y el otro ajusticiado, y estaba el filósofo aún escondido cuando sucedió lo que menos esperaba. Ante sus ojos, la segunda de las diosas cambió sus vestidos para tomar su verdadera forma. No se trataba de ninguna diosa, sino del poderoso Ares, el dios de la guerra. Este se despidió de su compañera con una sonrisa burlona:
- He vuelto a hacerlo, querida Temis. Tus amigos los hombres apenas saben diferenciar tu justicia de mi venganza. Ja, ja, ja. Voy a preparar mis armas; se avecina una nueva guerra entre hermanos... ja, ja, ja, ja.
Cuando Ares se marchó de allí y el filósofo trataba de desaparecer sigilosamente, la diosa habló en voz alta:
- ¿Dime, buen filósofo? ¿Habrías sabido elegir tú correctamente?
- ¿Supiste distinguir entre el pasado y el futuro?
Con aquel extraño saludo comenzaron muchas largas y amistosas charlas. Y así fue cómo, de la mano de la misma diosa de la justicia, el filósofo aprendió que la verdadera justicia trata de mejorar el futuro alejándose del mal pasado, mientras que la falsa justicia y la venganza no pueden perdonar y olvidar el mal pasado, pues se fijan en él para decidir sobre el futuro, que acaba resultando siempre igual de malo.
DIÁLOGO COMUNITARIO
¿En qué valores centro yo mi justicia como persona comprometida en el Reino?
¿Cómo experimento yo el celo por esta justicia? ¿Cómo lo manifiesto?
¿Cómo me solidarizo yo con quienes luchan por la justicia, por la paz, por los derechos humanos?.
ILUMINACIÓN BÍBLICA: Mateo 18, 23- 35
Por lo cual el Reino de los cielos es semejante a un rey que quiso hacer cuentas con sus siervos.
Cuando comenzó a hacer cuentas, le fue presentado uno que le debía diez mil talentos.
A este, como no pudo pagar, ordenó su señor venderlo, junto con su mujer e hijos y todo lo que tenía, para que se le pagara la deuda.
Entonces aquel siervo, postrado, le suplicaba diciendo: “Señor, ten paciencia conmigo y yo te lo pagaré todo”.
El señor de aquel siervo, movido a misericordia, lo soltó y le perdonó la deuda.
“Pero saliendo aquel siervo, halló a uno de sus consiervos que le debía cien denarios; y agarrándolo, lo ahogaba, diciendo: “Págame lo que me debes”.
Entonces su consiervo, postrándose a sus pies, le rogaba diciendo: “Ten paciencia conmigo y yo te lo pagaré todo”.
Pero él no quiso, sino que fue y lo echó en la cárcel hasta que pagara la deuda.
Viendo sus consiervos lo que pasaba, se entristecieron mucho, y fueron y refirieron a su señor todo lo que había pasado.
Entonces, llamándolo su señor, le dijo: “Siervo malvado, toda aquella deuda te perdoné, porque me rogaste.
¿No debías tú también tener misericordia de tu consiervo, como yo tuve misericordia de ti?”. Entonces su señor, enojado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara todo lo que le debía.
Así también mi Padre celestial hará con vosotros, si no perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas.
REFLEXIÓN:
Miles de personas estaban sentadas en la ladera de ese monte, y Jesús les hablaba en un lenguaje que podían comprender, usando palabras como “hambre” y “sed”. Dijo: “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados”. El hambre y la sed de las que hablaba no eran físicas, sino espirituales. No se refería a un deseo que pudiera ser fácilmente satisfecho con lo que el hombre puede proveer. Hablaba, en cambio, de un anhelo de alcanzar la santidad y la justicia que está totalmente de acuerdo con la preciosa voluntad de Dios.
Algunas veces, nuestros apetitos humanos son satisfechos demasiado fácilmente. Como sabrá, los cerdos se contentan con cáscaras, pero no así el alma del ser humano inmortal. Es el deseo de santidad el que es bendecido por Dios.
Es el deseo de las cosas más profundas de Dios lo que Él bendice y recompensa.
Es el deseo de conocerlo y el deseo de justicia, el deseo de conocer la Palabra de Dios, lo que el Señor satisface.
Observe algo: nuestra hambre y nuestra sed provienen de nuestras almas hambrientas y sedientas, pero la perfección y la satisfacción de esos anhelos siguen siendo dadas por Dios. Él es el Dador. Recibimos la santidad; no la creamos. Cuando el hambre y la sed de cosas espirituales están presentes, Él es el que ha prometido dar satisfacción para que esa hambre pueda ser aplacada. He aprendido que es posible que el hambre espiritual pueda ser mucho mayor que el hambre experimentada por el cuerpo físico.
Jesús dijo: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente” (Mateo 22:37). Cuando Dios se convierta en el centro mismo de nuestro amor, de nuestros sentimientos y nuestros pensamientos, descubriremos a Dios, seremos poseídos por Él y lo poseeremos al mismo tiempo.
A lo largo de los años he observado que una persona nunca encuentra a Dios si Él no es su más profundo deseo. Recibimos exactamente lo que estamos buscando. Vemos lo que queremos ver. Encontramos en la vida lo que realmente queremos encontrar. Jesús conocía la naturaleza humana, por lo que podía decir: “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados”. “Sed” es una palabra muy fuerte y, cuando el alma humana tiene sed de Dios, esa persona será llena de Dios. No solo encontrará a Dios para sí, sino que llevará el reino de Dios a la Tierra.
Esto es muy real para mí, porque no puedo recordar un momento de mi vida en que cada átomo de mi ser no clamara por Dios.
Hablamos de hambre física, y admito que he tenido hambre de comida; pero les diré la verdad: jamás he conocido un hambre física tan grande como mi hambre de las cosas espirituales. Mi hambre de salvación era portentosa, y encontré satisfacción en Jesús en mi iglesia católica. Pero no terminó allí mi hambre. Aunque esa hambre era muy grande, hubo un hambre aún mayor que me atrapó, un hambre tan grande que yo miraba a los cielos por las noches y decía: “Sé que te pertenezco, Señor Jesús, pero tengo hambre de una experiencia aún más grande y más profunda. Solo he probado y he entrevisto apenas lo que tú tienes preparado para mí. Por favor, maravilloso Jesús, dame más. Llena cada parte de mí, hasta que este cuerpo mío se haya convertido en un vaso rendido ante ti hasta rebosar del Espíritu Santo”.
Yo no buscaba una experiencia o una evidencia; buscaba más de Jesús. Buscaba al Dador. Había tenido una vislumbre de su amor, su poder, su potencia, y quería más de Aquel que había entrevisto. Había probado un poco, pero quería más de lo que había probado. Jesús prometió: “Bienaventurados los que tienen hambre y sed”, y el Espíritu Santo vino a mí y calmó esa hambre, ese anhelo, esa sed.
No creo que haya un límite para lo que Jesús puede dar, y cuando usted tenga hambre y sed de su presencia y se entregue a Él y a su voluntad, sus anhelos serán satisfechos y experimentará, como yo, la gloria de la llenura de Dios, la conmoción profunda de su poder y la cercanía de su presencia, que mora en usted.
COMPROMISO.
NOS COMPROMETEMOS A SER JUSTOS DESDE NUESTRO TRABAJO DIARIO ESPECIALMENTE, CON LOS POBRES Y CON LOS QUE TIENEN HAMBRE. BIENAVENTURADOS LOS LIMPIOS DE CORAZÓN, PORQUE ELLOS VERÁN A DIOS.
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