JULIO: BIENAVENTURADOS LOS LIMPIOS DE CORAZÓN, PORQUE ELLOS VERÁN A DIOS

 

P. Roberto Carlos Mejía

LEMA: “Discípulos y misioneros de Jesucristo para que nuestro pueblo en ÉL tenga vida.”

CANTO: Dame un nuevo corazón.

“Que todo vuestro cuerpo, alma y espíritu, se conserve sin mancha hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo” (1 Tes 5, 23)

ORACIÓN

Conserva Señor la pureza de corazón con la cual salimos de tus manos y recrea en nuestro ser, bajo el signo de tu amor un corazón puro y dócil a tus palabras.

HECHO DE VIDA.

En la vereda la Soledad, vivía una señora de quien ahora no recuerdo su nombre, pero era muy, pero muy conocida por sus chismes, decían en su vereda, que ella conocía la vida de todos los habitantes de su aldeíta y de sus alrededores, de su lengua no se escapaba ni siquiera el cura del pueblo. Claro que como buena creyente todos los domingos bajaba al pueblo a la Santa Misa y a comulgar. Un día en una predicación dominical el padre Pancracio habló de que la limpieza de corazón no solo era estar limpios a los ojos de Dios, sino también conservar una pureza que no dañe ni hiera a los demás. Desde ese día todos conocieron el nombre de su vecina chismosa se llamaba doña Pureza.

DIÁLOGO.

¿Qué crees que significa estar limpios?

¿Cómo era doña Pureza antes de entender lo que significa estar limpios?

¿Cómo crees que fue su vida después?

LECTURA BÍBLICA: 1 Corintios 6, 9-10.

REFLEXIÓN

En el lenguaje común hablar de “limpieza” no sólo significa la ausencia externa de suciedad. Son muchos los sentidos con los que se puede entender “estar limpio”. Así la policía dice que alguien está limpio cuando no hay ninguna denuncia contra él y en su expediente no hay nada negativo. En cambio cuando alguien dice que le han “dejado limpio” puede significar que o bien le han robado y se han llevado todo, o bien ha comprado algo que le ha dejado sin ahorro alguno. Nuestro Señor Jesucristo también utiliza la palabra “limpieza” en varios sentidos, y conviene que cuando meditamos sobre la sexta Bienaventuranza la entendamos bien.

En el Antiguo Testamento se exigía una limpieza externa para presentarse ante Dios o dedicarse a una acción sagrada. De hecho muchas veces a Jesucristo le acusan de no cumplir con todas esas normas y reglamentaciones. Y Jesús aprovecha esas ocasiones para dar un paso más. No nos podemos conformar con una limpieza externa: seríamos como sepulcros blanqueados, limpios y brillantes de cara a la galería y llenos de podredumbre en nuestro interior (Lc 11, 44).

La pureza que exige la ley es la que tiene manifestaciones externas pero nace de un corazón que sabe amar. Por eso nuestro Señor nos insiste en que en el corazón del hombre nacen los pecados, el adulterio, la mentira, el robo... (Mt 15, 18-20).

La doctrina de Jesucristo enseña que la raíz de la calidad de los actos humanos está en el corazón, es decir, en el interior del hombre, en el fondo de su espíritu. Cuando hablamos de corazón humano no nos referimos sólo a los sentimientos, aludimos a toda la persona que quiere, que ama y trata a los demás. Y, en el modo de expresarse los hombres, que han recogido las Sagradas Escrituras para que podamos entender así las cosas divinas, el corazón es considerado como el resumen y la fuente, la expresión y el fondo último de los pensamientos, de las palabras, de las acciones. Un hombre vale lo que vale su corazón.

La limpieza del corazón es un don de Dios que se manifiesta en la capacidad de amar, en la mirada recta y limpia para todo lo noble. Como dice el apóstol: “cuánto hay de verdadero, de honorable, de justo, de íntegro, de amable y de encomiable; todo lo que sea virtuoso y digno de alabanza, tenedlo en estima” (Fil 4, . El bautizado, ayudado por la gracia de Dios, debe luchar de continuo para purificar su corazón y adquirir esa limpieza, por la que se promete la visión de Dios.

De aquí se deriva el primer sentido de esta pureza de corazón a la que nos convoca esta Bienaventuranza: nuestra vida cristiana no puede conformarse con un mero ritualismo o moralismo, lleno de exigencias externas pero incapaz de dar sentido a nuestra vida. La pureza que debemos vivir es la de la recta intención en todo lo que hacemos, decimos, pensamos. Es el corazón, con todas sus intenciones, deseos, ilusiones y juicios, lo que debemos mirar y limpiar de egoísmo, soberbia, vanidad, autosuficiencia, envidia... y así de un corazón limpio y recto nacerán obras de servicio y de amor que manifestarán nuestro interior (Mt 7, 16-20). El limpio de corazón es aquel que no tiene doblez, que es sincero, que es capaz de mirar a los ojos, porque a pesar de sus pecados, busca el bien, no solo personal, sino también el del prójimo, en lo que hace y dice.

Pero hay todavía otra acepción de esta Bienaventuranza. El limpio de corazón es el que entiende que el cuerpo es templo del Espíritu Santo, por ende lo mantiene firme en el deseo de consagrarlo al amor de Dios. La pureza como virtud que nos ayuda a vivir la sexualidad como verdaderos hijos de Dios, nos hace señores de nuestros deseos y pasiones, impidiendo que nuestro comportamiento se deje llevar por el capricho y el mero placer inmediato. La pureza de corazón es entonces una invitación a no corromper nuestro cuerpo, como signo de no corromper nuestro corazón con aquello que limita nuestra capacidad de amar, de entregarnos, de renuncia de uno mismo, de libertad.

COMPROMISO.

Seguramente el compromiso personal puede ser de ámbito interno, buscando la conversión del corazón para que no queden en ti intenciones que vicien tus obras, quizás es la oportunidad para hacer un examen de conciencia más dedicado a la limpieza de corazón. Pero también como gesto externo puedes ver cómo cambiar tus formas y el carácter para hacerlo más sincero. Intentar hablar bien de los demás y, desde luego no hacer ni consentir juicios sobre las intenciones de los demás.

DIOCESIS DE IPIALES
 
VIVAMOS ESTE GRAN
ACONTESIMIENTO
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Credo Nicenoconstantinopolitano
 
Creo en un solo DIOS, PADRE
todopoderoso,
Creador del cielo y de la tierra,
de todo lo visible y lo invisible.

Creo en un solo Señor,
JESUCRISTO,
Hijo único de Dios,
nacido del Padre antes de todos
los siglos:
Dios de Dios, Luz de Luz.
Dios verdadero de Dios verdadero,
engendrado, no creado,
de la misma naturaleza del Padre,
por quien todo fue hecho;
que por nosotros los hombres
y por nuestra salvación, bajó del cielo;
y por obra del Espíritu Santo
se encarnó de María, la Virgen,
y se hizo hombre.
Y por nuestra causa fue crucificado
en tiempos de Poncio Pilato;
padeció y fue sepultado,
y resucitó al tercer día,
según las Escrituras,
y subió al cielo,
y está sentado a la derecha del Padre;
y de nuevo vendrá con gloria para juzgar
a vivos y muertos,
y su reino no tendrá fin.

Creo en el ESPÍRITU SANTO,
Señor y dador de vida,
que procede del Padre y del Hijo,
que con el Padre y el Hijo,
recibe una misma adoración y
gloria,
y que habló por los profetas.

Creo la iglesia,
que es una, santa, católica y apostólica.
Confieso que hay un solo bautismo
para el perdón de los pecados.

Espero la resurrección de los muertos
y la vida del mundo futuro. Amén.
 
 
 
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